En los últimos años, algunos estudios muestran que medidas
directas del procesamiento cognitivo, como la medida de ondas cerebrales, pueden convertirse en
un instrumento poderoso para inferir la culpabilidad de un sospechoso. Una de
estas ondas, la P300, es de interés para las investigaciones sobre detección
del engaño.
Además las pruebas de EEG son muy intrusivas y conllevan incomodidad para los examinados, que tienen que colocarse, según el modelo de equipo empleado, un gorro de hasta 128 electrodos. Otro inconvenientes es que las mediciones se tienen que llevar a cabo en laboratorio y no pueden llevarse a cabo sin la colaboración del sujeto.
La denominación
(P300) de estas ondas se debe a que aparece su típico pico después de 300-1000
msg desde el inicio del estímulo.
Las
primeras investigaciones sobre esta onda y su relación con el engaño se
iniciaron en Japón, publicándose el primer artículo en 1986 (Nakayama,
2002). El primer estudio en inglés se realizó en 1988 (Rosenfeld, 2002).
Las tasas
de precisión aumentan cuando se hace uso de esta técnica junto al protocolo
GKT (Test de conocimiento culpable).
BASE TEÓRICA
Los potenciales evocados se pueden detectar a través de
técnicas como la electroencefalografía (EEG) o la electromiografía
(EMG).
La P300 aparece reflejada en el EEG cuando a una
persona se le presentan una serie de estímulos y uno de ellos le resulta
especialmente significativo. Ocurre en respuesta a estímulos
personalmente significativos para el sujeto, y aparecen como reflejo de
orientación.
Según los estudios de Rosenfeld
y su equipo, ante el ítem significativo de cada pregunta, la P300 recogida por
un EEG muestra determinadas características en su tamaño y amplitud
que no aparecen ante los demás ítems.
LIMITACIONES DE LA TÉCNICA
Limitada
aplicabilidad de la prueba por problemas de selección de los estímulos
críticos reconocibles para los culpables y que no lo sean para los
inocentes (riesgos de la fuga de información crítica).
El transcurso
de un tiempo excesivo puede hacer que los examinados culpables no recuerden
determinada información. Así sólo 3 de los 8 examinados culpables eran
diagnosticados correctamente en una situación de retardo de 7-14 días, frente a
12 de 13 en la condición óptima de retardo, es decir inmediatamente después de
haberles dado la información a ocultar (Ronsenfeld, Angell, Johnson, Qian,
1991).
Según Rosenfeld, Boroschak y Furedy (2006) la
tasa de precisión es alta (90%) cuando el test de conocimiento culpable
contiene información altamente significativa para el sujeto (ej. su nombre),
pero baja (40%) cuando hay que ocultar información menos significativa (ej. nombre
del experimentador). Por tanto, esta prueba solo debe emplearse cuando dispongamos de detalles críticos altamente
significativos para los sujetos.
Además las pruebas de EEG son muy intrusivas y conllevan incomodidad para los examinados, que tienen que colocarse, según el modelo de equipo empleado, un gorro de hasta 128 electrodos. Otro inconvenientes es que las mediciones se tienen que llevar a cabo en laboratorio y no pueden llevarse a cabo sin la colaboración del sujeto.
UTILIZACIÓN DE ESTA TÉCNICA EN ESPAÑA A NIVEL FORENSE
El 15 de diciembre de 2013 saltaba la noticia, en todos los periódicos y medios de comunicación españoles, de que la policía iba a aplicar por primera vez esta técnica para intentar esclarecer un crimen en la localidad zaragozana de Ricla (Pilar Cebrián, de 51 años, desapareció en abril de 2012, y su marido Antonio Losilla, principal sospechoso, tardó casi un mes en denunciarlo).
Uno de los primeros investigadores en poner en marcha esta prueba en EE.UU fue Lawrence Farwell, quien se sorprendió gratamente al saber que la experiencia se iba a llevar a cabo por primera vez en España. El científico estadounidense recuerda perfectamente la primera vez que en Estados Unidos esta técnica se convirtió en decisiva para condenar a alguien. Fue en 2000, con James B. Grinder, acusado de la violación y homicidio de Julie Helton en 1984 en Macon (Misuri), en el corazón del país.
Farwell asegura que ha sometido a este método a un centenar de sospechosos y que solo en una ocasión sirvió como prueba ante un tribunal. Fue con Terry Harrington. En este caso, la prueba sirvió para sacarle de la cárcel en la que había permanecido 23 años por un crimen que no cometió.
En España, con posterioridad al caso de Pilar Cebrian, esta prueba ha sido aplicada en
diversas ocasiones para ayudar a clarificar y resolver casos judiciales como el
del asesinato y desaparición de Marta del Castillo (véase en este mismo blog la entrada “La prueba de la P300 en el caso de Miguel Carcaño”) o la desaparición de Julio
Cordón.
En el caso de Julio Cordón, la Audiencia Nacional, a finales
de septiembre de 2014, autorizó registrar la actividad cerebral del exjefe
militar de los Grapo, Fernando Silva Sande, mientras se le presentaban una
serie de imágenes de los lugares donde pudo haber enterrado el cadaver. Recordemos
que el presidente de la aseguradora Previasa (Zaragoza) fue secuestrado y
asesinado por la banda terrorista en 1995 y que, por lo tanto, ha transcurrido
mucho tiempo desde entonces. El motivo principal para aplicar esta prueba era
encontrar pistas que ayudaran a acotar la zona de búsqueda de los restos de
Cordón, enterrado en el Mont Ventoux en Francia, según la versión que había
ofrecido por el propio terrorista.
(*)Si estás interesado en saber más sobre los prolegómenos de esta prueba, puedes descargarte mi artículo La neurociencia al servicio de la seguridad nacional. La prueba de la P300.
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